El mejor jugador de fútbol sale a la cancha. Es el 18 de septiembre de 1968. El futbolista, macizo, musculoso, negro, ingresa al campo con paso lento, sin trotar. Va vestido con los mismos pantalones cortos, blancos, y la misma camiseta roja que llevan sus compañeros de Benfica. Pero solo él parece llamar la atención.

Sobre su centro de gravedad se arremolinan decenas de pibes entre pálidos y rozados, todos rubios, casi albinos, todos altos, que intentan tocar al extraño ídolo preto, al que solo habían visto jugar, un par de veces, por televisión. La pasión futbolera de los islandeses arrancó hace mucho más que un año en una Eurocopa.

Es el entretiempo del choque que Valur empata sin goles ante el subcampeón de Europa, en Reykjavík. Tendrán que pasar 30 minutos más de jugueteos entre la Pantera Negra y esos chiquitos blancos que invadieron la cancha para poder desalojarla y terminar, de una vez por todas, ese partido. En Islandia, nunca nadie vio nada igual.

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A finales de los 60, Benfica era el mejor equipo de todos. Había jugado cinco de las siete finales de la Copa de Europa que se habían disputado en la década. Eusebio era su líder futbolístico. La base de ese equipo había conformado la selección de Portugal que llegó a las semifinales del Mundial de 1966 en Inglaterra.

Unas semanas antes, Benfica había perdido la final europea de 1968 ante Manchester United, en Wembley. Esa tierra seguía siendo yerma para los portugueses. La maldición de Bela Guttman recién estaba empezando a sentirse, era la tercera definición que se les escapaba. Así, las temibles Águilas llegaron a Islandia para enfrentar al campeón local que, casualmente, también juega de rojo y lleva un ave guerrera en su escudo.

Los islandeses, que tenían poco más de un par de décadas como nación independiente, casi no acumulaban antecedentes en competencias europeas. Esta era, apenas, su quinta participación en la Copa de Europa. Salvo Valur, que en la temporada anterior había empatado los dos partidos ante el campeón de Luxemburgo y avanzó por gol de visitante, nunca habían pasado la primera ronda. Y el único antecedente ante un rival tan grande era el de KR Reykjavík que había sido goleado por Liverpool en los dos juegos.

La presencia de Eusebio desató un furor inédito en la isla. Según los registros, 18243 personas desbordaron el estadio Nacional de Laugardalsvöllur, entonces con capacidad solo para 7 mil espectadores. Fue la mayor convocatoria para un partido de fútbol en Islandia durante el resto del siglo XX. Teniendo en cuenta que para fines de los 60 la población del país no llegaba a los 200 mil habitantes, podemos decir que la Pantera Negra reunió al 10% de Islandia en una cancha de fútbol. Y si pensamos que en Reykjavík, la siempre populosa capital, vivían menos de 80 mil personas, todo se vuelve más insólito aún.

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“Fue muy surrealista”, cuenta Sigurður Dagsson, el arquero de Valur ese día. “Fue una linda jornada de celebración, con una atmósfera increíble”, agrega. De Eusebio recuerda su sencillez para recibir el afecto de los islandeses: “Es algo que no se podría ver hoy. Él jugaba con los chicos, se colgaba del arco, les firmaba autógrafos”.

Valur aguantó el empate sin goles hasta el final. Aún se lo considera uno de los grandes eventos deportivos en la historia del país. Eusebio estuvo bastante marcado y no pudo, o no quiso, con los defensores islandeses. Dagsson, dicen las crónicas, fue la figura del partido. Para el arquero, no podrían haberlo conseguido sin el apoyo de todo ese público que ocupó la única tribuna lateral que tenía el estadio, las que se instalaron para la ocasión, el tablero analógico y cualquier otro rincón disponible. En la revancha, el 2 de octubre, en Lisboa, Eusebio anotó un gol y Benfica marcó la real diferencia entre ambos equipos. Los portugueses ganaron 8-1 y avanzaron a la segunda ronda. Ahí, Ajax los eliminó luego en una serie que necesitó un tercer partido.

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Recién en 2004, en un amistoso entre Islandia e Italia, que ganaron los locales 2-0, se pudo superar aquella convocatoria récord. La nueva marca, todavía vigente, es de 20204 espectadores. Esa vez, también estuvo Eusebio, quién fue invitado por la federación islandesa, junto a Dagsson y otros jugadores de Benfica y Valur para recordar aquella hermosa tarde de otoño.

Un libro, ‘Eusebio, la Pantera Negra’, una versión ampliada de su autobiografía publicada en Portugal en 1967, que encontramos, medio dormidos, entre los estantes de una cafetería de Reykjavík mientras desayunábamos, nos regaló esta historia. La versión islandesa se publicó en 1968, para celebrar la visita del nacido en Mozambique, e incluye las fotos de ese partido que ilustran esta nota.

El estadio Nacional de Islandia, renovado por última vez en 2007, ahora tiene otra tribuna lateral, enfrentada a la original, y lugar para 9800 espectadores sentados, ampliable a 15 mil. Ante el auge del fútbol islandés la federación se ilusiona con construir ahí mismo un estadio techado, ultramoderno, con más tribunas y mayor capacidad.

Valur, juega de local en su cancha de una sola platea junto al aeropuerto local. Ahí lo vimos ganarle a Vetspils, de Letonia, por la Europa League. Hace frío hasta en verano, gritan algo parecido a gol y suena Samba de Janeiro cuando festejan. En su museo, no olvidan que una vez le empataron al eterno Benfica de Eusebio.