Hay días funestos que no se borran nunca, como esa mancha de aceite que te hiciste durante la ESO en tu camiseta favorita y que años después, en medio de tu primera entrevista de trabajo, te das cuenta que aún sigue ahí, inalterable al paso del tiempo y a las coladas de tu madre. Son puntos negros que ya no van a abandonar a tu expediente, por mucho que te haya crecido la barba, que ahora te veas con otra chica o que los temas de conversación de tu cuadrilla de amigos hayan virado de los ‘viernes’ a los ‘niños’. En el mejor de los casos, su recuerdo se difumina y puedes hacer como si no existieran. Pero es algo momentáneo.
Un error mayúsculo siempre retorna, como el ajo, dispuesto a arrastrarte de nuevo hasta la casilla de salida. Jonas Gonçalves (Bebedouro, Brasil, 1984) vuelve dos o tres veces por curso al 11 de marzo de 2009. Concretamente, cuando encarrila un puñado de noches sin ver puerta, o cuando el entrenador decide quitarle del once, o cuando en el club resuelven rescindirle el contrato. Hasta que le llegó esa cita primaveral con el diablo, ahora hace seis temporadas, su trayectoria había sido más o menos placentera. Estudiante de Farmacia, aparcó pronto los compuestos químicos para despuntar en la Serie B del Campeonato Brasileiro, con el Guarani. De ahí le fichó directamente el Santos, donde tuvo tiempo de levantar un Campeonato Paulista pero también de lisiarse la rodilla y acabar en un quirófano. A la que recuperó el trote, en 2007, se lo llevó el Grêmio. Y tras una breve cesión en la humilde Portuguesa, encontró acomodo en la delantera del Tricolor Gaúcho. Aunque para entonces, el infortunio ya le había pillado la matrícula. Al cabo de poco tiempo, Jonas se pegaría el mayor talegazo de su vida: una noche aciaga que acabó con un titular en la prensa de los que duelen más que un gancho de Mayweather en plena mandíbula. “El peor delantero del mundo”. Así le pintaron algunos periodistas aquel día.
Jonas se pegaría el mayor talegazo de su vida: una noche aciaga que acabó con un titular en la prensa de los que duelen más que un gancho de Mayweather en plena mandíbula: “El peor delantero del mundo”